TIERNO MENSAJE DE VIDA DE LA
PRINCESITA DE YUNGAY

Román Robles Mendoza
UNMSM

Los amantes de la música andina estamos acostumbrados a escuchar la dulce voz de Angélica Harada Vásquez, artísticamente conocida como “Princesita de Yungay”, en sus típicas chuscadas, pasacalles, chimaichis, de reconocido sabor ancashino. Desde ahora, tenemos una nueva arista del arte yungaíno, el de su pluma, que nos introduce a conocer las intimidades de su vida, de su lucha por la vida, de sus éxitos y fracasos, de sus triunfos profesionales, contadas por ella misma, en un magnífico libro que acaba de editar para sus admiradores y para el Perú entero, que reconoce en ella a una de sus representantes genuinas en el arte vernacular de la región Chavín.

Mi vida. El mundo que conocí, es el título de este bello libro, impreso en papel couché, con ilustraciones fotográficas a todo color y de blanco y negro, pero sobre todo escrito con pasión, con ternura y con autenticidad de quien la ha vivido y sentido en carne propia. A través de sus páginas, nos enteramos que la “japonesita” que canta huaynos, siempre sonriente y alegrona, ha tenido una infancia dura, de muchos sinsabores, de dificultades y carencias materiales, que han alternado en su infancia, con la lucha constante por la vida y el logro de sus aspiraciones por el arte. Nos enteramos que Angélica se ha formado desde la edad temprana, entre la bucólica campiña de Shacsha y la ciudad de Yungay, situados al pie del impredecible nevado del Huascarán y de las hermosas lagunas de la cuenca del Llanganuco de la Cordillera Blanca. En ese mundo de agricultores y citadinos, aprendió a disfrutar el dulce trinar de las aves del campo, el vuelo de las mariposas, del rumor de los manantiales y del suave soplo del viento a las hojas verdes de los maizales y eucaliptos. Aprendió a sembrar las semillas en la tierra, a corregir el curso del agua por los surcos extendidos y a cosechar los frutos multiplicados que la madre naturaleza prodiga cuando el hombre y la mujer ponen la mano con esmero. Nos enteramos también, que conoció tardíamente a su padre Mitsujo Harada -cuando ya frisaba la primera juventud-, que encontró por fin las raíces de su filiación y de su identidad personal, y que desde entonces pudo compartir momentos felices de hija y padre hasta la muerte del progenitor.

Shacsha como experiencia de niñez y el Callejón de Huaylas como paisaje de fondo en la vida de Angélica Harada Vásquez debieron ser las matrices vivenciales de su inclinación por el arte musical. Sus primeros cantos las escucharon las aves, los árboles  y los cerros del hermoso valle, luego sería el escenario escolar de su tierra natal donde se fue perfilando la voz de la futura artista popular andina. Mas tarde, ya en su juventud y el entorno familiar, residiendo en la urbe limeña en calidad de migrante, recibiría la influencia del canto provinciano en las voces de “Pastorita Huarasina”, “Jilguero del Huascarán”, “Gorrión andino”, “Picaflor de los Andes”, “Lira Pausina” y de muchos artistas y conjuntos consagrados. Su férrea voluntad de triunfar en la vida y sus dotes de cantante que corrían por sus venas le hicieron subir al escenario de los coliseos de la época, pocos espacios abiertos para las expresiones artísticas de los provincianos en la capital. Las emisoras de radio que por los años cincuenta y sesenta  tenían sus propios escenarios serían los siguientes espacios conquistados por la artista yungaína. Lograda la consagración, la otrora campesina de Shacsha, convertida por sus propios méritos en “Princesita de Yungay” alternará en adelante con los más consagrados artistas provincianos, no sólo en los coliseos y en las emisoras de radio, sino también en la televisión, en las carabanas artísticas que recorría las distintas regiones del país y en las giras artísticas realizadas a los países vecinos, a Europa, a los EE. UU. y especialmente al Japón, tierra de su ancestro paterno. Angélica Harada fue recibida en Fukoaka, lugar de natalicio de Mitsujo Harada, como hija pródiga, por las autoridades y por el pueblo. Allí conoció la importancia cultural de su abuelo Miyano Harada, que el mejor colegio del lugar lleva su nombre; conoció también a su primo hermano Satoshi Harada y disfrutó del calor de la juventud escolar y el cariño de la población en la tierra de su amado padre.

Conocer los pormenores de la vida de una de nuestras artistas populares es de por sí muy interesante, pero disfrutar del mensaje tierno y sincero de la pluma de Angélica es una lección pedagógica profundamente humana. Al reconstruir su trayectoria vital, lo hace desprovisto de miedos, recelos y adornos innecesarios. Describe descarnadamente las circunstancias de sus orígenes, de la conducta de su madre y de su padre por separado, de sus uniones sentimentales, atado por la fuerza de la tradición provinciana y por la flecha del amor que llega a su debido tiempo, de sus penurias y dificultades, de sus debilidades y de sus fortalezas, sin ocultarlas ni a dorarlas con medias verdades. Esta es una autobiografía hecha con la conciencia limpia de una persona que no tiene nada que ocultar, al contrario, manifestarla, para que su público, sus colegas los artistas y las nuevas generaciones de peruanas y peruanos sepan quién es la verdadera “Princesita de Yungay”.

Los antropólogos alentamos muchas veces en nuestros alumnos, hacer historias de vida, para que a través de ellas se pueda conocer la realidad social y cultural de una localidad o un grupo social. Para hacer esta obra no ha sido necesario hacerse antropóloga. Por el arte de narrar de Angélica Harada, no sólo nos enteramos de la trayectoria íntima de una de nuestras artistas que está en el corazón de los peruanos, tenemos también la ocasión de conocer a Yungay, de antes y después del terremoto de 1970. La poesía hecho canto y la antropología se dan la mano en esta autobiografía, en la sencilla y jubilosa prosa de nuestra siempre aplaudida “Princesita de Yungay”.

(Nota publicada en la revista Prensa Ancashina dirigida por Lucio Pineda)